7 de mayo de 2019

Tú sangre es tan roja como la mía

Los rayos del sol atraviesan las nubes transformándolas, en un gran abanico de múltiples colores. La flor de la nieve está en todo su esplendor. A través de las penumbras veo su rostro angelical, mi alma angustiada te busca para decirte cuanto te amo.  Las aguas del lago están teñidas de nuestra sangre, ellos creyeron ser tu dueño y tu eres libre como el viento de nuestras montañas y las llanuras de tu tierra negra.
- Nadie nos volverá a separar, eso son los pensamientos suspendidos en el espacio.
Bajo una lluvia de pétalos solo se un cajón.
 - ¿en dónde está el otro?
 Por fin somos libre de todos ellos, nos tomamos de las manos y nos dirigimos hacia aquella luz, a un mundo de distintos colores, miro hacia atrás y veo nuestros cuerpos traspasado por gruesas balas, hundiéndose en las aguas frías y cristalina del lago, tu sangre es roja como la mía, lo único que nos hace distintos es tu color de piel.

Se escuchan las diásporas voces de los perseguidos, las panteístas de esos cazadores, el campanario suena con desesperación, como los ladridos de aquellos furiosos perros que chorrean espumas por sus fauces, al igual que los cazadores de esclavos, la de ellos es de placer, la de las bestias de cansancio, esa adrenalina es tan salvaje, como la misma naturaleza que lo rodea.
Al frio lo veo en el intenso azul del cielo, el sol está en su zenit, sin embargo, no da el suficiente calor, su luz se refleja en la inmensidad de la nieve, lastimando nuestros ojos. El café humea sobre la pequeña mesa del living, la panza de la estufa se revienta en diversos colores, mientras da ese suave calor. Ella es menudita, sus ojos son grandes como la mismas montañas y negro como la noche, su piel no envidia a la nieve ya que son iguales, sus cabellos son cortos y rebelde como su juventud y su color como las llamas de la estufa, sus dedos se mueven con elegancia, sobre esos dientes amarillentos del marfil del piano, saliendo por esa boca, la suave melodía Para Elisa. Mientras afuera, en el patio posterior de la cabaña, el viento arrasa hojas y ramas golpeándolas contra las grandes piedras.
Es un pueblo de gente alegre, viven de las cosechas del trigo que no es muy grande, pero su valle si, la naturaleza le obsequia muchísimas cosas, la leña para llenar sus estufas,  pieles para abrigos, carnes para alimentar al pueblo, pero esa mañana, los hechos cambiarían toda su historia.
- ¡Catherine, Catherine!, se siente la voz angustiada de su Tía Jacquelin.
- ya salgo tía, ¿porque tantos gritos? Pregunta la joven.
-Gracias a Dios estas bien, no vayas abrir las puertas a nadie, tú casa está muy alejada de todos nosotros. Le dice la noble anciana.
- ¿Qué está pasando? No me asustes, es como si fuera a venir el fin del mundo, de su garganta sale una alegre y cantarina carcajada.
-Están los cazadores de esclavos, míralo tú misma por el ventanal, aquel que da al lago – le dice su tía.
Los veo armando sus carpas, ellos son tan grandes como sus perros, pero estos están atados con gruesas cadenas y ellos sueltos, humeantes son sus fogones, sus ollas esperan devorar a esos conejos, que tienen colgados.
¿Qué hacen aquí?  Pregunta la joven.
La charla sigue un tiempo más, hasta que la Señora mayor deja todos los recados necesarios para que se cuide, le ofrece su casa y ésta se niega. Las horas pasan lentas, los ladridos se escuchan más cercas igual que las corridas.
Es noche cerrada, han pasado varios días y la persecución no ha parado, avivo las brasas del del fogón, caliento la comida y guardo mi bordado en la canasta. Siento un quejido en la puerta del patio, pero el viento de las montañas más de una vez te lo hace escuchar, como el ruedo de las faldas, haciendo ese quejido en las baldosas frías de la estancia, me sonrío y sigo con mis actividades. Tomo mi chocolate caliente y el quejido es mas fuerte, me sobresalto, tomo una vela y salgo al patio, reviso todo y en aquel rincón veo un bulto.
-Tengo hambre y mucha sed, por favor ayúdeme, dice una voz débil y joven.
Me acerco con precaución y ahí estás él, casi sin ropa, veo en su espalda grandes surcos de látigos, en sus tobillos marcas de ataduras, lo cubro con mi pañoleta, lo ayudo a pararse, y este no puede, está muy débil, lo arrastro con suavidad al interior de la casa, lavo sus heridas, lo apoyo en mi brazo para alimentarlo, mojando sus gruesos y carnosos labios casi sin vida, es alto, tendrá mí edad, sus brazos son fuertes, pero débiles ahora.
Preparo una cama en el suelo junto a la estufa, quedándome junto a él, la fiebre es muy fuerte, preparo los ungüentos para ese joven y maltratado cuerpo, escucho sus latidos, su piel es suave y negra como las noches de tormentas, su quejido como un cachorro mal herido.
Han pasado unas semanas, él se llama Tom, se está recuperando, afuera la casería sigue su curso, quedan tres esclavos perdidos en las montañas, ellos vienen de una plantación de algodón, escapan para que los maten, ya no soportaban tanto dolor y tristeza por sus familias.
Ella le da ropa y calzado de su padre que hace poco falleció.
Sale por sus alimentos, cuando ve acercarse a uno de los cazadores se apresura.
Se cruza con su tía, hablan, ésta le da unas galletas recién horneadas y les comenta que siguen buscando a los negros, le pide que se cuide, más adelante saluda al cura del pueblo y al boticario.
- ¡Tom, Tom!! ¿en dónde estás? Pregunta en un susurro.
El se le acerca y la mira con ternura en sus bellos ojos, la toma de sus manos.
-Aquí, ¿qué sucede? Se ve preocupación en tu rostro, le dice él.
Ellos están en el pueblo, con sus furiosos perros, dicen que van a entrar en las casas y mataran a los dueños junto a los esclavos.
-Quédate tranquila, puedo moverme gracias por tu ayuda.
- ¡No, no, ¡No quiero que te vayas, te van a matar!, lo dice llorando sin consuelo, él la abraza y besa sus ojos, los perros rasguñan las puertas y las voces de los hombres se entremezclan con el tañer de las campanas, corremos tomados de las manos por la blanca nieve, estamos por llegar al lago, cuando se oyen los gritos de mi tía,
- ¡son unos niños, no los maten!
 Una ráfaga de balas, atraviesan nuestros cuerpos, mientras estos se van hundiendo el frío lago.

Sortilegio de luna


Tú sangre es tan roja como la mía.
               
Los rayos del sol atraviesan las nubes transformándolas, en
un gran abanico de múltiples colores. La flor de la nieve está en todo su
esplendor. A través de las penumbras veo su rostro angelical, mi alma angustiada
te busca para decirte cuanto te amo.  Las
aguas del lago están teñidas de nuestra sangre, ellos creyeron ser tu dueño y
tu eres libre como el viento de nuestras montañas y las llanuras de tu tierra
negra.
- Nadie nos volverá a separar, eso son los pensamientos
suspendidos en el espacio.
Bajo una lluvia de pétalos solo se un cajón.
 - ¿en dónde está el
otro?
 Por fin somos libre
de todos ellos, nos tomamos de las manos y nos dirigimos hacia aquella luz, a un
mundo de distintos colores, miro hacia atrás y veo nuestros cuerpos traspasado
por gruesas balas, hundiéndose en las aguas frías y cristalina del lago, tu
sangre es roja como la mía, lo único que nos hace distintos es tu color de piel.

Se escuchan las diásporas voces de los perseguidos, las
panteístas de esos cazadores, el campanario suena con desesperación, como los ladridos
de aquellos furiosos perros que chorrean espumas por sus fauces, al igual que
los cazadores de esclavos, la de ellos es de placer, la de las bestias de
cansancio, esa adrenalina es tan salvaje, como la misma naturaleza que lo rodea.
Al frio lo veo en el intenso azul del cielo, el sol está en
su zenit, sin embargo, no da el suficiente calor, su luz se refleja en la inmensidad
de la nieve, lastimando nuestros ojos. El café humea sobre la pequeña mesa del
living, la panza de la estufa se revienta en diversos colores, mientras da ese
suave calor. Ella es menudita, sus ojos son grandes como la mismas montañas y
negro como la noche, su piel no envidia a la nieve ya que son iguales, sus
cabellos son cortos y rebelde como su juventud y su color como las llamas de la
estufa, sus dedos se mueven con elegancia, sobre esos dientes amarillentos del
marfil del piano, saliendo por esa boca, la suave melodía Para Elisa. Mientras
afuera, en el patio posterior de la cabaña, el viento arrasa hojas y ramas golpeándolas
contra las grandes piedras.
Es un pueblo de gente alegre, viven de las cosechas del
trigo que no es muy grande, pero su valle si, la naturaleza le obsequia muchísimas
cosas, la leña para llenar sus estufas,  pieles para abrigos, carnes para alimentar al pueblo,
pero esa mañana, los hechos cambiarían toda su historia.
- ¡Catherine, Catherine!, se siente la voz angustiada de su
Tía Jacquelin.
- ya salgo tía, ¿porque tantos gritos? Pregunta la joven.
-Gracias a Dios estas bien, no vayas abrir las puertas a
nadie, tú casa está muy alejada de todos nosotros. Le dice la noble anciana.
- ¿Qué está pasando? No me asustes, es como si fuera a
venir el fin del mundo, de su garganta sale una alegre y cantarina carcajada.
-Están los cazadores de esclavos, míralo tú misma por el
ventanal, aquel que da al lago – le dice su tía.
Los veo armando sus carpas, ellos son tan grandes como sus perros,
pero estos están atados con gruesas cadenas y ellos sueltos, humeantes son sus fogones,
sus ollas esperan devorar a esos conejos, que tienen colgados.
¿Qué hacen aquí?  Pregunta
la joven.
La charla sigue un tiempo más, hasta que la Señora mayor
deja todos los recados necesarios para que se cuide, le ofrece su casa y ésta
se niega. Las horas pasan lentas, los ladridos se escuchan más cercas igual que
las corridas.
Es noche cerrada, han pasado varios días y la persecución
no ha parado, avivo las brasas del del fogón, caliento la comida y guardo mi
bordado en la canasta. Siento un quejido en la puerta del patio, pero el viento
de las montañas más de una vez te lo hace escuchar, como el ruedo de las faldas,
haciendo ese quejido en las baldosas frías de la estancia, me sonrío y sigo con
mis actividades. Tomo mi chocolate caliente y el quejido es mas fuerte, me
sobresalto, tomo una vela y salgo al patio, reviso todo y en aquel rincón veo
un bulto.
-Tengo
hambre y mucha sed, por favor ayúdeme, dice una voz débil y joven.
Me
acerco con precaución y ahí estás él, casi sin ropa, veo en su espalda grandes
surcos de látigos, en sus tobillos marcas de ataduras, lo cubro con mi pañoleta,
lo ayudo a pararse, y este no puede, está muy débil, lo arrastro con suavidad al
interior de la casa, lavo sus heridas, lo apoyo en mi brazo para alimentarlo,
mojando sus gruesos y carnosos labios casi sin vida, es alto, tendrá mí edad,
sus brazos son fuertes, pero débiles ahora.
Preparo
una cama en el suelo junto a la estufa, quedándome junto a él, la fiebre es muy
fuerte, preparo los ungüentos para ese joven y maltratado cuerpo, escucho sus
latidos, su piel es suave y negra como las noches de tormentas, su quejido como
un cachorro mal herido.
Han
pasado unas semanas, él se llama Tom, se está recuperando, afuera la casería
sigue su curso, quedan tres esclavos perdidos en las montañas, ellos vienen de
una plantación de algodón, escapan para que los maten, ya no soportaban tanto
dolor y tristeza por sus familias.
Ella
le da ropa y calzado de su padre que hace poco falleció.
Sale por
sus alimentos, cuando ve acercarse a uno de los cazadores se apresura.
Se
cruza con su tía, hablan, ésta le da unas galletas recién horneadas y les
comenta que siguen buscando a los negros, le pide que se cuide, más adelante
saluda al cura del pueblo y al boticario.
- ¡Tom,
Tom!! ¿en dónde estás? Pregunta en un susurro.
El se
le acerca y la mira con ternura en sus bellos ojos, la toma de sus manos.
-Aquí,
¿qué sucede? Se ve preocupación en tu rostro, le dice él.
Ellos
están en el pueblo, con sus furiosos perros, dicen que van a entrar en las
casas y mataran a los dueños junto a los esclavos.
-Quédate
tranquila, puedo moverme gracias por tu ayuda.
- ¡No,
no, ¡No quiero que te vayas, te van a matar!, lo dice llorando sin consuelo, él
la abraza y besa sus ojos, los perros rasguñan las puertas y las voces de los
hombres se entremezclan con el tañer de las campanas, corremos tomados de las
manos por la blanca nieve, estamos por llegar al lago, cuando se oyen los
gritos de mi tía,
- ¡son
unos niños, no los maten!
 Una ráfaga de balas, atraviesan nuestros
cuerpos, mientras estos se van hundiendo el frio lago.

      




  
 

6 de mayo de 2019

Fue el último tiro y luego vino la paz


El auto gris pasa raudo por la carretera, dejando una estela de pedregullo y calor, de la ventanilla del mismo sale la voz de Zitarrosa, ésta me lleva a la realidad en que vivimos, solo en él silencio de la misma se puedo escuchar esta voz, que me hace reflexionar sobre nuestras existencias.
 Mis camaradas se encuentran agazapados, en la vieja estancia de los brasileros.  Allá a lo lejos se ven las vacas que trajeron a nuestras tierras, las que ya, no son nuestras.
- ¡Debes de irte!, -dice la voz de Zitarrosa, desde aquel rincón del rancho de adobe en ese tocadiscos de madera dura por fuera y llena de sentimientos como nuestro interior, todo esto sucede entre la ruta veintiséis y Cerros Largos.
Nos abrazamos en la lucha contra la tiranía que vive nuestra gente, nuestras caras están grises, los ojos hinchados y las manos con cayos, pero nuestro espíritu siempre está listo, somos soñadores de un mundo distinto, en busca de esa utopía.
Pero vivimos de un mundo globalizado por las grandes corporaciones de esos laboratorios, dejando un mundo de desesperación, enfermedades y muerte en esa África llena de amor y misterio.   
El silbido del aguilucho suena en el aire y la naturaleza toda calla, el sol agrieta nuestros labios como la tierra que pisamos. El viento caliente se entremezcla con los vapores de la carretera, que no es igual a la que conservo en mi memoria, de ese aire fresco y salado de la playa, sus aguas verdes, su arena blanca y fina, cuán lejos estás mi querido Montevideo, extraño tu ciudad vieja, sus calles empedradas, tus viejos bodegones, lleno de hermosas vivencias.
La noche llega lenta, y con ella el llanto del recién nacido, es la hija de La oveja y del Loro.  Por el polvoriento camino viene Ella, nos pondrá al tanto de lo que sucede en Bolivia y Perú, será una buena oportunidad de descanso, el tener que quedarnos unos días, juntaremos fuerzas para seguir el camino curando nuestras heridas, de aquellos recuerdos de luchas juntos a nuestros hermanos, llegara el momento en que todos estemos bajo la misma bandera y un mismo idioma.
Joaquín, recostado en la roca prepara su tabaco, silbando en lo bajo aquella canción de cuna, las estrellas hacen continuos guiños, a lo lejos se desliza una fugaz, la vía latea está al alcance de nuestras manos, la brisa es suave como la voz de La mulita que te hace cosquillas en el bajo vientre, sus pasos son como la de la gacela, sigiloso y desconfiado.
-        No lo prendas. –Dice ella con su voz de seda.
-        Me mata las ganas de fumar – contesta Joaquín.
-        Toma una bola y métela en la boca, de lo contrario escóndete detrás de las rocas, aquella que sobre salen. – dice ella.
Ambos están apoyados sobre las crestas de la misma, ella le cuenta que la milicia mato a su marido he hijo, por eso se unió a la clandestinidad, falta poco para que todo termine y mi rancho está despojado de todo cariño, lleno de recuerdos bellos y amargos también.
El la escucha, en su cabeza juegan sus palabras como hierro candente, de su soledad, su angustia y la falta de un hombre, su rancho está vacío y siempre lo estuvo, el mío, estaba lleno de libros, música en especial clásica y folclórica, hablo de mi pequeño apartamento en la ciudad vieja.
La mira a través de la luz de la luna, sus cabellos largos le dan un cuadro de misterio y sexualidad, baila en esa música imaginaria de toda mujer bonita, me muerdo los labios, masco con fuerza la bola de tabaco mientras ella sigue su ritmo, como las embarcaciones del Buceo cadenciosa y tímida, me acero y le susurro.
- Todo va estar bien, no te preocupes.  -Le digo con una mueca en mis labios.
-El frio se siente como la misma muerte, abrázame – dice ella.
Entre los cerros se ven algunos fogonazos, corridas e insultos, buscamos una cueva entre esos árboles nos acurrucamos y pasan veloces aquellas botas con manchas de sangre, los silbidos de las balas pasan raudas y agudas, el grito de una mujer en la noche clamando la paz, haciéndose larga esa letanía, la miro beso su mejilla fría, ella toma mis manos y dice gracias, la luz anuncia el nuevo día, salimos despacio y volvemos al rancho.
El mate está por comenzar, la masa pronta para freír, comienza el informativo avisando que se terminó la revolución, nos miramos, la beba comienza a beber el cálido alimento que le da su madre, se hace un gran silencio y lloramos como niños de alegría, a lo lejos en la carretera comienza el movimiento, nos miramos y nos sentamos a tomar mate, tenemos que plantearnos que vamos hacer a nuestro regreso, pero muchos no tienen donde ir, que aquí hay tierra suficiente para trabajar, formar nuevas familias, he instalar la democracia, la lucha sigue después del último tiro y la paz la tenemos que construir.

Sortilegio de luna


Avanzan las sombras a pasos agigantados, devorando las penumbras y dejando paso, a la reina de la noche. Los nubarrones negros que dominan el día, ella con su blanca belleza los opaca, aparece la cruz del sur, la constelación del navío, donde la alfa beta muestra su majestuosidad.
La luz de la luna inunda la caverna, aroma de jazmín y rosas, humedecidas por el rocío. Se escucha el roce de esos piececitos, como canción de cuna, en el piso frio.
Aparecen dos figuras, una muy pequeña tomada de las manos grandes y fuertes, que muestran la magnitud del amor. La brisa pasa rauda, fresca, rasante, dejando ese olor ocre de sangre fresca. La luz deja ver dos grandes piedras.

La noche es fría. La helada cae lenta sobre las carpas. Miles de estrellas se escapan de la gran fogata.  Se oye el llanto de una guitarra en su despertar de cuerdas. Se asoma desde la orilla del caudaloso río más de cien briosos caballos, jóvenes indios con sus cabelleras sueltas, las mujeres las recogen con zarzamora
as. Sus voces se asemejan a una colmena.
Vienen a buscarme, eso creo.
La fiebre golpea fuertemente mis sienes, mi cuerpo arde como el carbón en llama. Brazos y pierna se mueven como veletas; las voces se confunden con el olor, los sabores son extraños. Las imágenes van y vienen, se mezcla el olor ocre con la del jazmín y rosas.

 Es una hermosa pareja de indios, él es más fuerte, cabeza cuadrada, ojos almendrados color miel, es alto como la montaña, su voz fuerte y firme como la centella que atraviesa la piedra, cuando se entera de una injusticia.
Lo llaman Ojos de fuego.
Ella es menuda de dedos delgados, largos y finos, su cabellera como la del sauce llorón, su piel cetrina, pies chiquitos e inquietos, sus ojos grandes, del color del tordo. En otro momento, aparece una gran multitud, que canta y se mueve lento, sus pies desnudos golpean el suelo frio de la noche. Un chamal cocina sus conjuros en una gigantesca olla.
En casa todos están asustados, porque mamá llega con el médico él
 dice: —la pobrecita sufre por amor.

—¿Qué dice Doctor? —pregunta mi madre.
—No dije nada Señora—contesta él.
Era bajito regordete, con unos grandes cachetes rojos, ojos pequeños, tres pelos locos que se los peina a un costado. Su mirada es dulce y soñadora, toma mi mano delgada y blanca, observa las uñas luego llama a la cocinera y en voz baja le dice lo que tiene que traer.
Caigo en un gran vacío, me da placer flotar, como hoja que mece el viento, siento voces y alguien que dice:
Trague, trague.
 No quiero, solo deseo caer ¿porque no me entienden? quiero ir cayendo y ver qué pasa

Sigo en ese delirio por veinte días.
Las neblinas se despejan lentamente, dejan ver un cielo claro con algunas nubes rojizas donde un gran disco de oro parecía decir: ¡aquí estoy!
Mis manos se mueven desperezándose lentamente´
—¡Mamá, mamá! ¿por qué no me llamaste? Voy a llegar tarde al trabajo.
Pasaron los meses y una tarde cuando salía de la oficina, un pedazo de papel que golpea mi cara decía con letras grandes y negras. ¨La cueva del amor, o cueva del dragón, ven a visitarnos”. Tomé la hoja y la guardé en el bolsillo del uniforme.

 Ella es la hija del cacique Alas al viento. Él, es el hijo de un anciano que está en reyerta continua con el hechicero de la otra tribu.
En otros tiempos Pies veloz, traía todo tipo de yerbas, ungüentos, pieles, plumas, productos del mar, nidos de las altas montañas, un día resbaló de sus manos la perla de nieve, una extraña flor que nace cada quince años y crece en la parte más agreste y alto del pico de la montaña. Él necesitaba hacer una poción de amor para enamorar a la hija del cacique con su hijo.
Ojos Dorados juega en los abismos, se refugia en las cavernas que están al pie de las montañas, junto al caudaloso río, observa las estrellas hasta ver aparecer el disco dorado, mientras el de plata se va opacando. Pasa temporadas largas cazando, pescando, recolectando distintos frutos de la naturaleza.
Rocío del Amanecer aprende los quehaceres de la tribu, a seleccionar las plumas, preparar las delicias para las ofrendas, hacer las trenzas de su caballo. Sus manos son ágiles preparando los adornos para su padre y ancianos. Entre conchas, hilos vegetales, piedras y plumas, así transcurre su vida, entre árboles, montañas y ríos, es ella un tesoro de la naturaleza.

María Eugenia llega a la oficina, vacía sus bolsillos, prende la computadora, selecciona la correspondencia. Encuentra una invitación a Quilapayú a la caverna del Dragón. Junto con la nota de la mañana, en su mente aquellas imágenes vuelven aparecer, mira sus manos, las ve dobles, una es chiquita y cetrina, la otra delgada y blanca.
Suena el teléfono.
-¿Hola? Sí, me enteré, es en Valparaíso, gracias.
Ojos Dorados queda atrapado entre el abismo de sus pensamientos, como muchos de los jóvenes que lucen radiantes.
En el valle se prepara la fiesta de la luna de abril.
Son las ofrendas, para la Dama de la noche, en agradecimientos, comienzan a preparar el vientre de una joven virgen y los órganos reproductores de un casto hombre, si la ofrenda no se hace, Ella se llevará a un recién nacido, para que muera de pena su madre.
Rocío del Amanecer y Ojos Dorados son los elegidos, se les dan los manjares que están recubiertos de hongos, llevándolos a un mundo irreal.
Los días pasan y los preparativos comienzan, no sé a dónde vamos, mi cuerpo siente la metamorfosis, cada día me confundo más. 
La empresa nos regala los pasajes y estadía, lo sabremos en el aeropuerto, mi equipaje consiste un bolso liviano de mano, mi maleta la deje en la oficina.
Me invade la serenidad del lugar, observo como las olas golpean en la arena blanca (con ritmo de cuna.
¿Cómo llegue aquí, al pie de esta gran cueva? —me pregunto.
Mis piernas se bambolean, caigo en un sopor, veo cosas extrañas, danzas, olor a sangre mezclada con jazmín y rosas, no puedo moverme caigo y caigo lentamente en ese sueño profundo.
La luz hiere mis ojos, camino sobre la tierra fría, agacho la cabeza y veo unos pies chicos color cetrino, doy vuelta, diviso mi cuerpo en aquella piel blanca, tirado sobre la arena, soy libre, sonrío, mi mano la lleva con amor otra más grande; nuestros cuerpos fueron piedras, pero la luz de la luna les devolvió la vida luego de dos siglos de sacrificios.
 Ella tuvo su hijo, lo presenta cada cuarto creciente, para que el mundo lo venere, cada vez que lo acuna.

El gobelino y Evangelina


Es una tarde fría de diciembre. Evangelina está perdida en ese gran armario de roble, buscando aquella tela para hacer él gobelino. El gato juega con los ovillos de las lanas, que fue seleccionado para el mismo. En aquel pequeño y acogedor rincón del living se encuentran los diseños, como lo hizo el gran maestro Picasso con su Garnica.
-¡Por fin la encontré!,-dice Evangelina, secándose el sudor de la frente a pesar del frío de ese invierno crudo de diciembre, mira la pared al frente del ventanal  debe medir unos diez metros de frente por seis de alto, el gobelino podría medir…
- ¡Pelusa, deja esas lanas y ven aquí! – le dice Evangelina con su dulce voz.
- si, creo que seis de largo por dos y medio de alto va estar bien. Se verá el océano, el monte y las eternas montañas.
Desde la amplia playa veo aquella cabaña de dos plantas y en ella la nobleza de su madera de ciento cincuenta años. Mi embarcación queda enclavada en los arrecifes a pocos metros de la bahía. Un fino hilo de humo se dibuja en el cielo, saliendo un esquisto olor a té, abriendo el apetito de este viejo vikingo. Deseo conocer a esas personas y probar sus scones, luego preparar mi pipa y sentarme frente a la chimenea, dibujándose una amplia sonrisa en esa cara bonachona.
 Atrás de la cabaña se encuentra un monte de cipreses, pinos y eucaliptos, unos pasos más allá las altas montañas que le hacen cosquillas en la panza de las nubes.
El lugar se encuentra en Canadá, es un valle de grandes misterios, de animales sagrados por los indígenas, que dejaron estampadas en las cuevas con colores brillantes, al Dios Cuervo enamorado de la jefa de la tribu, más adelantes ve ballenas que cantan, lobos, cascadas secretas, tierras de ensueños.
Sus playas son besadas por las aguas frías del Pacífico, el lugar lleva el nombre del Valle perdido de Bella Coola que pertenece a las Islas Británicas y su reino.
-¡Evangelina, Evangelina! ¿por dónde andas criatura? -pregunta Catherine su abuela. Ella es alta, blanca como la nieve, ojos verdes como el Pacífico, todavía conserva el oro en sus cabellos, se asemeja a una fábula ancestral, con su música inmortal y torres de añoranzas como en los cuentos de hadas.
-Abuela estoy en la salita frente a la estufa, viendo como comienzo el gobelino, golpean con insistencia en la puerta, sacándolas de su conversación.
- ya voy, - dice Catherine bajando las escaleras con gracia y elegancia, abre y se encuentra con un hombre un poco mayor que ella, alto, su piel dorada, su cabello rojo como lenguas de fuego, su cara está repleta de pecas, sus ojos son celeste transparente.
- Buenas tardes bella dama, soy Daven, mi barco encalló y necesito un lugar donde estar.
- Soy Catherine y tenemos aposentos, pase, justo es la hora del té.
Ya en la salita Catherine le pregunta a Evangelina. - ¿Qué pretende hacer en el gobelino?
-Plasmar la historia del valle y de nuestra familia. - dice ella y sus ojos se iluminan.
El invierno pasa con sus tormentas, los cuentos interminables de Daven, sus salidas con Catherine por la orilla de la playa hasta que un día se los ve tomados de las manos. Por las noches se escuchan movimientos en la salita, cantos de cuervos, el silbido agudo de las ballenas, el aullido del lobo preguntándole aquella blanca y fría luna, porque se la llevó dejando a su cachorro solo.
El gobelino va tomando vida, las historias ya están. En el puente la dama se sienta con su sombrilla y a su lado, Él, fuma de su pipa, la campesina da de comer a los animales de la chacra cercana, se ve el parque de diversiones, los niños llevan sus globos, en aquel árbol frondoso descansa un pastor, las montañas muestran su nieve eterna, el monte da sus sombras sobre él valle y las aguas besan los pies de la cabaña.
Evangelina no para de bordar haciendo los últimos puntos, sus colores son intensos tienen vida da toda esa sensación, la aguja toma algunos tramos de esa magia que tiene el valle, entrando en cada vuelta de sus puntadas, en cada gota de sangre de los pinchazos, que da vida a sus personajes, se termina de cruzar el último punto, hace el remate y cae la aguja al suelo. Se hace un gran silencio, la ventana se abre el gobelino se va colocando en su lugar, la brisa lo va acomodando hasta quedar justo, donde ella lo había marcado, se vuelve a cerrar la ventana y el calor de la estufa sigue dando vida al lugar.
Evangelina se fue metiendo en el gobelino con sus historias, el bordado y ella era una sola. Cuando la aguja cayó, ella queda atrapada como mosca en su propia tela de araña. Sus ojos azules miran con asombro todo lo que sucede a través del ventanal, ve a su Abuela y a Daven subir en su embarcación, el agua fría del Pacífico la mueve como cascaras de nuez, ella seguirá protegiendo su querido valle, cuidara su magia, sus colores, que seguirán brillando desde el gobelino, en esas noches de luna cuando el lobo llora a su mujer.

El bamboleiro y el gigante


Para ti Susana por ese bello árbol.

Aquellos eucaliptos, son dos moles gigantescas petrificadas por el tiempo, sus ramas se estiran como brazos que se desperezan, sus dedos son largos, huesudos y negros, que sostienen a esa humilde paloma como pidiendo clemencia a los dioses del olimpo, no tienen nada, solo aquellos nidos de cotorras que ellos no aceptarán.
Las nubes dan paso al volcán que eructa, el calor húmedo de esa tarde infernal, anunciando la tormenta que se avecina. Los pájaros se largan en picada desde lo más alto como si quisieran suicidarse. La naturaleza va cambiando su color, el silencio es aterrador, solo lo interrumpe la voz inocente del niño.
-Abuela, Abuela, yo soy aquel dragón, señalando con su dedo aquella nube. Comenta Guillermo ese niño negro refugiado de la guerra del Apartheid.
Los niños juegan en la calle, algunos a la pelota, otros a las volitas, aquellos juegan carreras a ver quién llega antes al refugio, más allá a la rayuela para llegar al cielo de los blancos, que dicen que el dios se pintó de negro. Las vacas echadas no soportan el calor, sus ojos grandes mira el vacío y no paran de rumiar. El caballo se revuelca en la tierra seca levantando un polvo infernal. El caminar de los perros es lento. Mientras los aguiluchos buscan su apreciada presa desde lo más alto del cielo, otros se largan en picadas suicida sólo, para asustar al descuidado.
Más arriba de las nubes se encuentra ese mundo paralelo, al que nosotros no conocemos y es él de los gigantes. Uno de ellos está recostado sobre una piedra, el otro se apoya sobre su hombre observando no sé qué cosa, su mirada está prendida en ese infinito, otro casi calvo está abstraído con aquellos dinosaurios y dragones que limpian un volcán, una mujer gigante expone su seno a la naturaleza, otro, abre su boca como queriéndose tragar toda esa luz,  para que reine la noche eterna, el tirano saurio quiere comerse a un conejo, lo mira y deciden  jugar a las escondidas, mientras tanto aparece una serpiente con cara de viejo bueno se une a su juego, los hombres de nieve miran la olimpiada del siglo, en las gradas del anfiteatro de los dioses del olimpo, mientras la luna con mucha timidez, quiere salir en los dos mundos.
El viento muestra su furia, la fuerza que castiga nuestra piel, los árboles se inclinan antes nosotros, con sus treinta metros de altura, borrando los juegos de los niños mientras estos, corren a refugiarse en sus casas. En un pestañear el cielo se abre mostrando a sus gigantes, que tiran centellas gruñendo desde lo alto. El sol gira, transformándose en un volcán que escupe lavas y gruesas rocas, quemando las hojarascas del monte más cercano. Las nubes se transforman en cataratas esparciéndose sobre el fuego, esos árboles tienen más de cien años de vida y se mueven, a la velocidad de la luz.
Los gigantes quieren jugar con los niños y no saben cómo hacerlos, inventan cosas causando la gran tormenta entre los dos mundos, como si fuera la tercera guerra mundial.
Uno de ellos se lastima en el furor de la misma, cayendo junto al niño, le da de comer, éste al principio se asusta y luego lo cuida con mucho amor, le da de comer, le cuenta cuentos de hadas, dragones y gigantes.
La tempestad ruge con furor, los gigantes utilizan las cataratas como trampolín de un mundo a otro. Las horas pasan lentas con mucha angustia, el viento sopla formando grandes tirabuzones que bajan con fuerzas, hasta las mismas raíces de la creación.
Solo en un lugar reina la tranquilidad, Guillermo lleva al gigante a que hable con El bamboleiro para que éste le cuente todo. Sus ramas estaban quietas, sus raíces se desarmaban como reloj de arena. Este se sienta, él otro le ofrece sus frutos, exquisitos higos carnosos y jugosos mientras se bamboleaba. Cuenta la historia de la creación, como fue este mundo hace más de diez millones de años, cuando los dioses del olimpo vivían en él, un día este se llena de insectos  que devoran sus tallos, sus hojas, su cuerpo empezó a desplomarse, fue por la envidia, la avaricia, las mentiras, los engaños y los celos de los dioses, pero seguí luchando, hasta que salieron nuevos brotes y la humanidad se fortaleció, ellos se fueron cada tanto vuelven a pasar estas cosas, nuevos dioses con distintos nombres aparecen, la historia se vuelve a repetirla, humanidad crece en el bien y en el mal, el corazón del bamboleiro  es esa semilla perfecta cada tanto nace un nuevo brote y con ella la humanidad.
Guillermo duerme en los brazos del gigante, la furia de la tormenta va tomando la calma, el bamboleiro estira sus ramas dando sus ricos frutos.
Guillermo después de largas semanas de fiebre, siente su cuerpo aliviado, abre sus ojos en sus manos negras y flacas se encuentra un dinosaurio y un ogro que le sonríe, su madre le da un beso y un vaso de mazamorra.   

5 de mayo de 2019

Hojas de otoño


Hojas de otoño

Aquellas hojas siguen suspendidas en las ramas como lágrimas de rocío, ellas se transforman en perlas en los ojos de esa niña, entre sus ramas está la casa del hornero, y en el claro que dejan sus hojas, veo pasar el avión que va mi amigo, a encontrarse con su amada.
- ¿que hizo ella para conquistarlo y robar su corazón.? - me pregunto y no encuentro la respuesta.
Sentada frente al ventanal junto a mi taza de té, observo a las golondrinas cruzar el cielo en busca de climas más cálido, tres generaciones pasan frente a mi casa, sus voces y risas parecen cántaros en un manantial.
En aquella esquina veo una sombra deslizarse con rapidez, su figura me resulta conocida, una alfombra de hojas rechina bajo la pisada de los caminantes, unos niños guardan hojas entre sus cuadernos para jugar con ellas, aquella jovencita la coloca en su libro de poesías, pero ésta tiene que representar bien el otoño con su color ocre, otros aran un collage junto a sus fotografías, mientras la sombra sigue veloz a la casa abandonada, me apuro y era yo la que entraba a la casa de mis abuelos.
 Siento alejarse aquellos pasos hacia un futuro que ninguno de los dos tiene idea que puede suceder, las hojas de los árboles del campo santo es como la del jardín de mi casa.
Tomo una hoja del jardín y salgo despacio rumbo a ese camino, la tarde es propicia para esa caminata, la naturaleza me muestra sus pinceladas gruesas con relieve en fino rojizo, el ocre es su base primordial del cual me obliga a mirar mi recorrido, una hoja vuela enganchada en ese hilo de telaraña suspendida en ella, como recuerdo de aquella primavera que ha quedado muy atrás, veo tus manos chiquitas llena de caramelos, te reías feliz porque íbamos en busca de tu bicicleta, como han pasado los años, hoy veo retozar felices  a tus hijos en el fundo de la casa, mientras las hojas forman una alfombra en la vereda.
Mis pasos siguen lentos hasta la playa, observo las tranquilas aguas del mar, me siento en unas de las rocas a ver él gran espectáculo que la naturaleza nos regala, el comienza abrir sus fauces para devorarse al sol, luego escupir y volvérselo a tragar sin ninguna compasión. Desde algún lugar se escucha rapsodia en azul, mientras el cielo se tiñe de un rosado fuerte, se entrelazan los tonos de naranja y rojos con pinceladas de ocre, por último, todo queda en tinieblas un instante, las estrellas se asoman y yo sigo mi camino, todavía hay algún stand de artesanías, de comidas al paso, y varios cambalaches más.
En un bodegón una vitrola vieja suelta las melodías de un jazz, en la trompeta y la voz de Louis Armstrong entonando what a wonderful Word, más adelante unos músicos preparan sus instrumentos, violas, bajo y bandoneon, un hombre se arregla el chambergo y la dama observa el tajo de su falda, mientras otro va en busca del micrófono en los primeros acordes del último café, veo una mesa vacía me siento y pido una copa de vino, su sabor es añejo, trae el calor del sol de París y el murmullo del Sena, cierro los ojos escucho la voz varonil y otra que me dice
- ¿Puedo sentarme?
Es un viejo amigo y le contesto
-Claro que sí, siéntate.
Cenamos, nos contamos muchas cosas, el quedo viudo y llora su ausencia, le hablo de mis hijos, de política y muchas cosas más, los bailarines realizan piruetas como las hojas de otoño que está en la puerta de mi casa, las cortinas del ventanal se mueven con gracia, el claro de la luna da de lleno sobre la cama como una mortaja fría, una estrella fugas pasa y el cansancio me agobia, los grabados de las sabanas son hojas de otoño, me acurruco en ella y me duermo.

Tú sangre es tan roja como la mía

Los rayos del sol atraviesan las nubes transformándolas, en un gran abanico de múltiples colores. La flor de la nieve está en todo su esplen...