- Nadie nos volverá a separar, eso son los pensamientos
suspendidos en el espacio.
Bajo una lluvia de pétalos solo se un cajón.
- ¿en dónde está el
otro?
Por fin somos libre
de todos ellos, nos tomamos de las manos y nos dirigimos hacia aquella luz, a un
mundo de distintos colores, miro hacia atrás y veo nuestros cuerpos traspasado
por gruesas balas, hundiéndose en las aguas frías y cristalina del lago, tu
sangre es roja como la mía, lo único que nos hace distintos es tu color de piel.
Se escuchan las diásporas voces de los perseguidos, las
panteístas de esos cazadores, el campanario suena con desesperación, como los ladridos
de aquellos furiosos perros que chorrean espumas por sus fauces, al igual que
los cazadores de esclavos, la de ellos es de placer, la de las bestias de
cansancio, esa adrenalina es tan salvaje, como la misma naturaleza que lo rodea.
Al frio lo veo en el intenso azul del cielo, el sol está en
su zenit, sin embargo, no da el suficiente calor, su luz se refleja en la inmensidad
de la nieve, lastimando nuestros ojos. El café humea sobre la pequeña mesa del
living, la panza de la estufa se revienta en diversos colores, mientras da ese
suave calor. Ella es menudita, sus ojos son grandes como la mismas montañas y
negro como la noche, su piel no envidia a la nieve ya que son iguales, sus
cabellos son cortos y rebelde como su juventud y su color como las llamas de la
estufa, sus dedos se mueven con elegancia, sobre esos dientes amarillentos del
marfil del piano, saliendo por esa boca, la suave melodía Para Elisa. Mientras
afuera, en el patio posterior de la cabaña, el viento arrasa hojas y ramas golpeándolas
contra las grandes piedras.
Es un pueblo de gente alegre, viven de las cosechas del
trigo que no es muy grande, pero su valle si, la naturaleza le obsequia muchísimas
cosas, la leña para llenar sus estufas, pieles para abrigos, carnes para alimentar al pueblo,
pero esa mañana, los hechos cambiarían toda su historia.
- ¡Catherine, Catherine!, se siente la voz angustiada de su
Tía Jacquelin.
- ya salgo tía, ¿porque tantos gritos? Pregunta la joven.
-Gracias a Dios estas bien, no vayas abrir las puertas a
nadie, tú casa está muy alejada de todos nosotros. Le dice la noble anciana.
- ¿Qué está pasando? No me asustes, es como si fuera a
venir el fin del mundo, de su garganta sale una alegre y cantarina carcajada.
-Están los cazadores de esclavos, míralo tú misma por el
ventanal, aquel que da al lago – le dice su tía.
Los veo armando sus carpas, ellos son tan grandes como sus perros,
pero estos están atados con gruesas cadenas y ellos sueltos, humeantes son sus fogones,
sus ollas esperan devorar a esos conejos, que tienen colgados.
¿Qué hacen aquí? Pregunta
la joven.
La charla sigue un tiempo más, hasta que la Señora mayor
deja todos los recados necesarios para que se cuide, le ofrece su casa y ésta
se niega. Las horas pasan lentas, los ladridos se escuchan más cercas igual que
las corridas.
Es noche cerrada, han pasado varios días y la persecución
no ha parado, avivo las brasas del del fogón, caliento la comida y guardo mi
bordado en la canasta. Siento un quejido en la puerta del patio, pero el viento
de las montañas más de una vez te lo hace escuchar, como el ruedo de las faldas,
haciendo ese quejido en las baldosas frías de la estancia, me sonrío y sigo con
mis actividades. Tomo mi chocolate caliente y el quejido es mas fuerte, me
sobresalto, tomo una vela y salgo al patio, reviso todo y en aquel rincón veo
un bulto.
-Tengo
hambre y mucha sed, por favor ayúdeme, dice una voz débil y joven.
Me
acerco con precaución y ahí estás él, casi sin ropa, veo en su espalda grandes
surcos de látigos, en sus tobillos marcas de ataduras, lo cubro con mi pañoleta,
lo ayudo a pararse, y este no puede, está muy débil, lo arrastro con suavidad al
interior de la casa, lavo sus heridas, lo apoyo en mi brazo para alimentarlo,
mojando sus gruesos y carnosos labios casi sin vida, es alto, tendrá mí edad,
sus brazos son fuertes, pero débiles ahora.
Preparo
una cama en el suelo junto a la estufa, quedándome junto a él, la fiebre es muy
fuerte, preparo los ungüentos para ese joven y maltratado cuerpo, escucho sus
latidos, su piel es suave y negra como las noches de tormentas, su quejido como
un cachorro mal herido.
Han
pasado unas semanas, él se llama Tom, se está recuperando, afuera la casería
sigue su curso, quedan tres esclavos perdidos en las montañas, ellos vienen de
una plantación de algodón, escapan para que los maten, ya no soportaban tanto
dolor y tristeza por sus familias.
Ella
le da ropa y calzado de su padre que hace poco falleció.
Sale por
sus alimentos, cuando ve acercarse a uno de los cazadores se apresura.
Se
cruza con su tía, hablan, ésta le da unas galletas recién horneadas y les
comenta que siguen buscando a los negros, le pide que se cuide, más adelante
saluda al cura del pueblo y al boticario.
- ¡Tom,
Tom!! ¿en dónde estás? Pregunta en un susurro.
El se
le acerca y la mira con ternura en sus bellos ojos, la toma de sus manos.
-Aquí,
¿qué sucede? Se ve preocupación en tu rostro, le dice él.
Ellos
están en el pueblo, con sus furiosos perros, dicen que van a entrar en las
casas y mataran a los dueños junto a los esclavos.
-Quédate
tranquila, puedo moverme gracias por tu ayuda.
- ¡No,
no, ¡No quiero que te vayas, te van a matar!, lo dice llorando sin consuelo, él
la abraza y besa sus ojos, los perros rasguñan las puertas y las voces de los
hombres se entremezclan con el tañer de las campanas, corremos tomados de las
manos por la blanca nieve, estamos por llegar al lago, cuando se oyen los
gritos de mi tía,
- ¡son
unos niños, no los maten!
Una ráfaga de balas, atraviesan nuestros
cuerpos, mientras estos se van hundiendo el frío lago.